Robinson Crusoe (trad. Enrique de Hériz) by Daniel Defoe

Robinson Crusoe (trad. Enrique de Hériz) by Daniel Defoe

autor:Daniel Defoe [Defoe, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1719-01-01T00:00:00+00:00


Era ya mi vigésimo tercer año de residencia en esta isla y estaba tan acostumbrado al lugar y al modo de vida que, si hubiera gozado de la certeza de que no iba a aparecer ningún salvaje para molestarme, me habría podido resignar a pasar allí el resto de mis días, incluso hasta el último momento, cuando me llegase la hora de tumbarme y morir, como el viejo macho de la cueva. Incluso encontré ciertas diversiones y entretenimientos que hacían que el tiempo pasara de una manera mucho más agradable que antes; de entrada, como ya he comentado, mi Poll había aprendido a hablar y lo hacía con tal familiaridad y con un habla tan articulada y llana que me resultaba muy agradable. Vivió conmigo nada menos que veintiséis años. Ignoro cuánto seguiría viviendo después, aunque me consta que en Brasil se cree que alcanzan los cien años; tal vez el pobre Poll siga allí, vivo todavía, aun hoy llamando al «pobre Robin Crusoe». No deseo a ningún inglés la mala suerte de llegar allí y oírlo, mas si así fuera sin duda creería que se trataba del diablo. También mi perro me procuró una compañía muy agradable y cariñosa durante nada menos que dieciséis años, y luego murió de pura vejez; en cuanto a mis gatos, como ya he observado, se multiplicaron en tal medida que al principio me vi obligado a matar unos cuantos a tiros para que no terminaran comiéndome a mí, además del contenido de mi despensa; sin embargo, a la larga, cuando los dos viejos que había llevado conmigo habían desaparecido ya, y después de echarlos de allí muchas veces, y de no darles nada de comer, se asilvestraron en el bosque, salvo por dos o tres favoritos que mantuve domesticados; si alguna vez tenían cachorros, los ahogaba. Esos formaban parte de la familia. Además, tenía siempre dos o tres cabritos a los que enseñaba a comer de mi mano y otros dos loros que hablaban bastante bien y todos me llamaban Robin Crusoe, pero ninguno como el primero; ciertamente, tampoco les había dedicado los mismos esfuerzos que a aquel. También tenía algunas aves marinas cuyo nombre desconocía, a las que atrapé en la orilla y les corté las alas. Como las estacas pequeñas que había clavado delante del muro de mi castillo habían crecido hasta formar una buena arboleda, aquellas aves vivían entre los árboles bajos y se criaron allí, lo cual me resultaba muy agradable; de modo que, como he dicho antes, hubiera empezado a estar muy contento con la vida que llevaba, si hubiera podido librarme del terror a los salvajes.

Sin embargo, no estaba mandado que fuera así: y quienes lean mi historia caerán en la cuenta de que se puede sacar de ella una observación. A saber: que en el transcurso de nuestras vidas, el mal que más pretendemos evitar, y el que más temor nos produce si caemos en él, es a menudo el medio, la puerta que lleva a nuestra salvación, que a su vez es la única que nos puede sacar de la aflicción en que estamos.



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